miércoles, 20 de enero de 2010

De la inconveniencia de soñar en el desierto

Cuando tenía 15 soñaba con ser un gran músico y un reconocido escritor. Gracias al trabajo con mis padres los fines de semana y en vacaciones comprendí que la rutina estática y monótona no era lo mío. Los días parecían estirarse y hacerse eternos por el aburrimiento, las tardes se llenaban de sopor y no podía evitar enviarle constantes miradas al reloj. Por primera vez fui conciente del paso del tiempo y me aterré profundamente. A mis 15, soñadora e ingenuamente, me prometí a mi mismo no seguir un camino ya pavimentado ni escoger una carrera que me hiciera millonario porque eso habría significado condenarme a la rutina y a la monotonía que tanto odié entonces.

Y por eso soñaba con ser músico y un reconocido escritor. Porque podría viajar y conocer el mundo y sus culturas, podría conocer hermosas mujeres de lugares exóticos y extravagantes que tal vez se enamorarían de mí y viviríamos un amor de película, y podría llevar una vida sin horarios, sin jefes y sin ataduras.

La vida misma se encargó de despertarme del sueño. Porque, para empezar, si quisiera realizarlo tal cual lo imaginé nací en el lugar equivocado. En un país donde sobrevivir es la regla hacer del arte un proyecto de vida es un sinsentido. Aquí todo es lucha y sacrificio, lo que en el fondo no es más que el disfraz de la ineficacia del Estado para proporcionarle a sus ciudadanos las oportunidades de progreso que se merecen y necesitan. A las universidades públicas en vez de mejorarlas y fortalecerlas les reducen el presupuesto. Y se fomenta una economía de corto plazo, donde hay que sentirse agradecidos por tener un trabajo, así sea miserable.

Aquí hay que hacerse a pulso. Y no busco hacer una apología de la pereza. Es absolutamente necesario luchar por lo que se quiere. Pero si uno a duras penas lucha por subsistir, ¿en qué momento empezará a acercarse a su ideal de vida?

He llegado a la conclusión de que si quiero realizar mi sueño de ser un gran músico y un escritor la única solución legal es mirar hacia afuera. Hace apenas un par de años no consideraba siquiera esta alternativa: siempre fui un firme convencido del valor de esta tierra y de la necesidad de labrarla. Pero ya no hay vuelta atrás. El futuro no está aquí. No al menos el de un soñador intempestivo.

Hoy vivo la rutina que tanto detesté en mi adolescencia y me pregunto con frecuencia si tomé el camino equivocado. No. Cualquier camino que hubiera tomado estaba destinado al fracaso, porque nací en un lugar en el que aquel que aspira a algo más que un trabajo de 10 horas mal remunerado es un bicho raro. Y como me rehúso a renunciar a mis sueños, espero encontrar nuevos horizontes rodeados de guitarras y libros, para que el día en que vaya a morir pueda decir que mi vida valió la pena.