domingo, 13 de mayo de 2012

'Seda' de Alessandro Baricco


Seda
Alessandro Baricco
Anagrama, 1997

“De repente vio algo que creía invisible.
El fin del mundo.”
43
 
Antes de que Hervé Joncour se fuera al Japón, tierra desconocida y recóndita en los tiempos de esta historia, su maestro Baldabiou le dice que palpar la seda de ese país es como tener la nada entre los dedos. Tan etérea, fina y fantasmal es la seda del oriente que nos arroja al vacío de la existencia, a su cara desnuda. Algo similar ocurre con la novela en sí misma, una prenda de seda de la más fina confección, en la que se siente, de inmediato, que muchos años de paciente labor tuvieron que ser invertidos para permitirle al lector tocar con sus ojos, por un instante, la belleza terrible de la nada, la inevitable nostalgia de la perfección.
Ningún elemento sobra. Desde que son enunciados, los personajes adquieren una carnosidad que asombra por la sencillez con que el autor los perfila. Pueden verse ahí, a la mano, aunque sea poco lo que realmente se dice de ellos. En principio se muestran como personajes comunes, sumergidos en sus ocupaciones cotidianas y en los deseos más inmediatos de su voluntad. Pero esta impresión es aparente. Porque así como la novela misma, los personajes pueden palparse pero tan solo para perderse al instante en lo inasible, en lo insondable de la existencia misma.
Todos ellos ríen, y aman, y son felices, y al instante abren los ojos y sienten, agazapada, la soledad irremediable, el vacío, la nada del mundo.
Seda es, a su manera, una novela total, que gracias a su brevedad acaricia una profundidad pocas veces lograda en novelas de mayor aliento. Y es total porque ninguno de los grandes temas queda excluido de ella: la muerte, el amor, la nostalgia, la libertad, la guerra, la amistad, que se esbozan desde una poesía leve, sin afectación. Que se esbozan, en palabras del autor, con el trasfondo de una música blanca.
Al terminar la novela queda uno con la sensación de que algo definitivo ha sucedido en su vida. Pero es tal la sutileza con que nos ha sido contada que no es fácil precisar en qué consiste ese punto de quiebre. Quizás en una incertidumbre que se antoja deseable, en la necesidad de una travesía al abismo de nosotros mismos.