jueves, 24 de abril de 2014

23 y 24 de abril de 2014

Se aproxima la medianoche y algo se me quiere escapar a través de las letras. Aún no sé qué es; algo así como un cosquilleo en la punta de los dedos, un brote de hormigas en la garganta que calla, porque la noche exige silencio. Mucho he pensado sobre el arte, mi momento y los niveles de mi vitalidad. Quizás porque luego de días y días de ansiedad, de esa que te sumerge en el humo del cigarrillo y que te lleva a mirar a las estrellas buscando respuestas, por fin he encontrado el reposo. Era necesario. Mis nervios y mi corazón ya estaban acusando el desgaste de la incertidumbre y de la penumbra. En la ansiedad no es posible la reflexión, sólo el vértigo. Por eso cuando llega la calma, las neuronas o el espíritu, como quiera llamárselo, encuentran refugio y por fin germinan. Hoy, con frío y ganas de dormir, las letras me llaman; no puedo ser ajeno a su canto.

Hay en el artista una contradicción. No sé si implícita en todos. Al menos en mí, sí. He estado siempre sometido a un impulso perfeccionista que, bien visto, ha sido más obstáculo que impulso para mí. El querer hacer algo más allá de lo común, de hacerlo sobresalientemente, y de ser reconocido por ello, debo reconocerlo, han sido parte de mis intentos artísticos. Grita en ello un deseo de aceptación, un rechazo a la marginalidad que por fin he comprendido como recurrente en mi vida. He sido siempre un marginal y nunca quise ni me gustó serlo. Pero, por esas ironías de los dioses que juegan, he ahí mi virtud y mi condena: la marginalidad, aún repudiada, es mi signo. De ahí han surgido todos mis intentos por encontrarme, reconciliarme, reconstruirme. Sé que no soy un músico demasiado bueno, ni un escritor demasiado bueno tampoco, pero me empeño en recorrer ambos caminos porque siento que allí por fin me abrazaré conmigo mismo; porque allí encuentro refugio, porque allí me siento libre aunque no del todo cómodo a ratos, porque allí tengo algo mío que nadie me puede quitar o pisotear. Sigo siendo un marginal; mis letras y mis melodías me sirven fundamentalmente a mí y no deberían servir para nada más. Soy disperso, indisciplinado, perezoso a ratos y falto de convicción con más frecuencia de lo que quisiera. Pero a pesar de mí mismo, algo tengo, algo he podido construir.

Sé que divago. Que las ideas no se conectan con suavidad como obliga el manual. No importa. Algo se me escapa a través de las palabras, algo que buscaba salir hace mucho y que debo empezar a purgar si no quiero atragantarme. Mañana será otro día.

lunes, 7 de abril de 2014

El abismo

En el abismo nos damos cuenta de qué estamos hechos porque estamos solos con nuestra penumbra y con las voces de nuestros fantasmas que retumban en el vacío. En la penumbra, todo sonido, incluso el palpitar de nuestro corazón, se amplifica de tal manera que nos devela algo, lo oculto, el misterio. Sin la soledad del abismo no podemos acercarnos a ello. Sin su silencio, sin sus tinieblas, jamás podremos escucharnos con atención, percibir los matices infinitos de nuestra propia voz, que contiene en sí los murmullos de las piedras, el bramar orgánico del mundo y de todos los dioses y sátiros de la Naturaleza. En nuestra voz, aún desprovista de articulación o palabra (es decir, en su estado primigenio) resuenan los ecos de la eternidad.