domingo, 6 de diciembre de 2015

Retiro

- ¿Es definitivo, Jota?

Jota fumaba y veía la lluvia golpear la ventana. Se sentía bien, cómodo, en ese tercer piso, y apreciaba, sobre todo, la vista: un extenso campo verde que a esa hora de la mañana contrastaba con el gris y blanco intenso del horizonte, que se antojaba inacabable. Apenas miró a Nicolás de reojo.

- Pensé que era temporal – dijo Nicolás, sentado en el sillón junto a la cama destendida.

Jota seguía absorto en el paisaje. Tosió, luego fumó de nuevo. Abrió la ventana, soltó el humo. Se sentía bien el viento salpicado por pequeñas gotas de lluvia suave en el rostro.

- Todo es temporal. O no, según el ánimo con que uno se levante.

Nicolás se quedó mirándolo por un rato. Podía estar a punto de lanzar alguno de sus monólogos interminables, aunque cada vez hablaba menos. Jota le devolvió la mirada y sonrió con suavidad.

-  Ya lleva cuánto, ¿tres años?
-  Cuatro – respondió Jota.

Quizás por la certeza que le imprimía a sus palabras, Nicolás recordó la energía de niño que tuvo siempre Jota en la universidad. Su determinación en los partidos de fútbol. La vitalidad con que bailaba durante las noches de salsa. La convicción de sus argumentos en las clases o en las tardes de marihuana en el campus. Le pareció que de eso había sido ya mucho tiempo.

-   Habrán sido provechosos, me imagino – dijo Nicolás.

Jota pareció de repente muy cansado, como si la pregunta le hubiera soltado todo un océano encima. Le dio una última fumada al cigarrillo y sin soltar el humo botó la colilla por la ventana. ‘Provechoso’, pensó Jota, indiferente.

-   ¿Ha vuelto a escribir? – preguntó Nicolás.
-   No. Hace mucho no escribo nada.

Jota había abandonado la literatura a los 28 años, casi dos antes de recluirse.

Todavía extrañaba a Lucía, su ex esposa, quien había renunciado a visitarlo seis meses atrás. Jota sabía, muy adentro, que el motivo de su ausencia era esa ‘rasquiña del alma’, como ella llamaba con sarcasmo, que se había ido apoderando de él poco a poco y que para ella se había vuelto insoportable. Ese algo que se había gestado desde mucho antes (quizás desde esa infancia congelada en su memoria en un puñado de imágenes y sensaciones más bien confusas), y que se manifestaba en cierta desidia vital, como en el hecho de no querer tener hijos o en no emocionarse nunca demasiado con nada. Porque nada importa, pensaba Jota. La constante sucesión de días y noches podría dar la impresión de que algo más allá de los hombres ocurre, pero vistas las cosas con crudeza, nada importa. Es más imprescindible una rosa cualquiera perdida en un campo cualquiera que un pensamiento estúpido de cualquier hombre.

-   Camine a dar una vuelta, Nico.

Salieron del edificio. Jota se dirigió, con la mirada absorta en el piso, hacia el campo verde. Todavía lloviznaba. Nicolás pensó en decirle que habría sido buena idea ponerse un saco, porque ese viento tan frío que hacía en Zipaquirá podría enfermarlo, pero prefirió guardarse el consejo.

Caminaron durante varios minutos, uno junto al otro, en silencio. Jota le ofreció un cigarrillo a Nicolás y tomó otro para sí. Los recuerdos de todo lo compartido en la universidad (los paseos a aquella finca en Anapoima, las borracheras de dos y hasta tres días seguidos con los amigos en común, las discusiones literarias impulsadas más por un espíritu de competencia que por el simple gusto de discutir, los domingos de fútbol en el estadio, la muerte de Julio) llegaban a Nicolás impregnados de nostalgia, y le hacían sentir que Jota se había apagado. Este Jota que ahora fumaba a su lado, que caminaba sin afán y de vez en cuando miraba absorto al horizonte, le parecía otro: un fantasma, quizás un impostor (un hermano gemelo no reconocido, un doble idéntico). Mientras caminaban, Nicolás pensó que para comprobar la identidad de su amigo debía someterlo a un interrogatorio riguroso en el que sólo pudiera responder el verdadero Jota. ¿Primer libro que intercambiamos? ¿Nombre del mujerón que nos besó a ambos en tercer semestre? ¿Existió en realidad tal mujerón? ¿Qué opinión tiene de García Márquez? Sí, sí, la respuesta con groserías, por favor. Pensó en esto con una sonrisa. Ese tipo de juegos con Jota eran muy comunes en el pasado. Pero en ese instante su amigo era un misterio que no podía descifrar muy bien. Era como si algo se hubiera roto en él, o como si algo que estaba roto antes hubiera empezado a restaurarse.

Después de varios minutos de caminar sin rumbo por el prado, llegaron a unas bancas rodeadas de árboles. Se sentaron.

-   Esto es a lo que yo llamaría ‘provechoso’, Nico.

Estuvieron largo rato, sin hablar, cada uno inmerso en su propio silencio. Nicolás tomó otro cigarrillo, mientras miraba a Jota sin querer ser demasiado incisivo. La lluvia se había intensificado junto con el viento. En su vientre la necesidad de volver a casa, junto a Juliana y la bebé, empezó a sentirse incontrolable. Se paró e hizo un ademán con la cabeza a Jota, invitando a seguirlo.

-  Usted siempre ha sido raro, Jota. Ahora más que nunca – sonrió. - Pero creo que por eso es que lo quiero.
-  No se ponga con maricadas, Nico. No hace falta. Igual gracias por la visita.


Llegaron a la puerta del hogar de retiro. Ambos se miraron a los ojos. Se dieron un apretón de manos vehemente, varonil, como siempre lo habían hecho. Y sin decirse adiós, Nicolás se fue caminando hacia su carro, estacionado en una trocha llena de barro que hacía las veces de parqueadero. No volteó a mirar, aunque sabía que Jota se había quedado fumando en la puerta, observándolo alejarse. No sabía si Jota le despertaba pena o total admiración por haberlo dejado todo, algo que él jamás lograría porque, siendo honesto consigo mismo, era un cobarde muy cómodo en su cobardía. Encendió su carro. El radio lanzó a medio volumen la música del CD de The Doors que venía escuchando antes de llegar, y durante un segundo de introspección se preparó para el viaje de dos horas que le esperaba rumbo a su casa.