¡Qué dolor en las tripas! Huy no, ¿dónde podré conseguir algo pa’ comer? En las canecas ya la gente no deja nada, ni pa’ los perros. Pero puede que Dorisita ya tenga preparada la cena, pavos, ensaladas, frutas frescas, el postre, ufff el postre, qué vaina tan buena ¡oiga! Esa Dorisita sí que tiene buen sabor en esas manos, podría comérmelas también y quedaría satisfecho. Pero no podría llegar con esta pinta, huy no, algo de agua en la cara pa’ quitarme la mugre, qué dirían si me vieran así, todo paila, ¿si me entiende? Sumercé, ¿me regala para un baño? No se asuste, solo necesito agüita pa’ mi cara. Desgraciado que se cambia de acera, no sabe con quién está hablando, respetadísimo doctor don José Novoa, abogado de profesión, graduado con méritos y becado en California, desgraciado que será cualquier aparecido, se dejan engañar por la pinta y no se esfuerzan por ver más allá, tendré que llamar a Dorisita pa’ que me ayude con la barba, y las uñas, huyy no las uñas sí que las tengo paila, habrá que cortarlas y limpiarlas, como cuando Dorisita, mi mujer, las cuidaba y me las arreglaba con cariño, con agüita y con avena para humectar las manos. ¿Qué se habrá hecho Fido? Fui fui, Fido mugroso, venga para acá, eso perrito, eso, quen es uno bonito mugroso, ¿será que Dorisita nos tiene la comida, ah Fido pendejo? Ya vamos a conseguir algo, no se preocupe perroncho, no se preocupe. Vea allá esa panadería, a ver si esta muchacha nos ayuda, ¿si o no? Respetadísima damisela, ¿podría su buena voluntad ayudarme con un pancito y un poquito de agua? No, tranquila, no le voy a hacer nada, yo soy abogado, verá, esta pinta es para despistar, estoy jugando a disfrazarme, ja ja ja. No, señor agente, disculpe, yo no estaba molestando a… Ya, ya me voy, no tiene que pegarme, desgraciado, el que se mete con José Novoa no vuelve a ver la luz del día, ya sabrá de mí. Fido, venga para acá, no ladre más, que a este agentillo de pacotilla lo espera la cárcel, ni más faltaba, meterse con el magister Novoa, aguacate de mierda. Dorisita nunca me habría pegado, habrá que llamarla para que me ayude a decirle a la gente que esta pinta es para despistar, que anoche tuve un compromiso muy importante, con el bufete enterito enterito, y el casino, ah qué jodida tentación la de anoche, bien arreglado, bien vestido, recién afeitadito y que tales, severa pinta, sí o no, me hubiera visto usted Fido, el azote de las señoritas, qué locura de man. Y el casino ahí enfrente, ya había intentado dejarlo varias veces, y preciso van y me hacen ese mal, un casino de puta madre, dados, cartas, tragamonedas, y la gente apostando como loca, cómo no seguir el juego, me sentía con suerte anoche, uff si viera perroncho qué megavideo, y empecé a jugar y a jugar, y la gente que ya empezaba a mirarme como con preocupación y asustada, como que me había transformado en un diablo, era el diablo que se me había entrado en las venas, y yo seguía ahí, apueste que apueste, pero la suerte estaba conmigo, yo le dije, y cuando gané una buena porción decidí jugármela toda, ¿si me entiende Fidín? Aposté hasta a mi madre, y yo sabía que era el 25 negro, a ese le iba a meter todo lo que tenía, la bolita dando vueltas pero ya se iba a quedar tranquilita en el 25 negro, 25 negro, black, noir, negrura, sí señor, pero resulta que no salió el 25 negro, y me tocó salir corriendo porque o si no me mataban ahí, me pedían la escritura de la casa, y el certificado de mi madre para llevársela también. Eso fue anoche, anoche perroncho, antes de que me creciera esta mata de barba como una esponja, y de que mi ropa se hubiera vuelto andrajosa, antes de no volver a a ver a Dorisita, quién sabe dónde andará, quién sabe dónde estará, cocinándome, esperándome a ver si llego. Huy parcero perroncho, mire esa caneca, venga, huélala a ver qué se encuentra, y me lo comparte mi Fidín, negro, 25, perroncho número 25 de la ruleta. Le juro que apenas encuentre a Dorisita nuestro destino cambiará, se lo juro Fidín, ya verá, ya verá perro mugroso, ya verá que hoy también me siento suertudo.
En el escenario errante, difuso, que llamamos pensamiento por comodidad y por pobreza, pasan fugaces, cual fantasmas, las señales tristes de la muerte.
Un instante, eternidad robada, en que la vida se convierte en caos y oscuridad, y en que vuela la sombra de la parca y su guadaña sobre el hombre, ciñéndose sobre su marchito cuerpo.
Pero yo no soy mi cuerpo. Esta sangre y estas venas no me pertenecen. Son tan mías como el aire el agua el silencio.
La muerte de mi cuerpo no me pertenece ni me destruye. Solo me transforma.
Y pensar la muerte en mi cuerpo, desde mi cuerpo, me transforma en vida: infinitos son el Cielo y la Tierra.
Cuando logro vislumbrar lo pequeño que yo soy -una hebra en el desierto del desierto que es la vida- una sonrisa se apodera de mis labios, y un cálido aliento, como un hada, me ilumina por dentro.
Tal vez ser mortal sea un juego de los dioses cuyo premio, al vencedor, no sea oro ni sea gloria, sino la inmortalidad.
¡Oh mórbidos mortales, presas del olvido y la rutina! ¡Cuán poco conocéis las profundidades de vuestra alma!
Si pudierais despojarte por un instante de la máscara, del fino velo que yace sobre tus ojos, y aún dormitarais sobre tus odios y tu miseria, la luz se haría tu enemiga y veríais solo trazos, trazos hirientes para tu mirada enceguecida.
Pero si habéis comprendido el secreto juego de los dioses que nos juzgan y observan desde las alturas, te embriagaréis con la dulce y lozana hierba de la inmortalidad.