- ¿Es definitivo, Jota?
Jota fumaba y veía la lluvia golpear la
ventana. Se sentía bien, cómodo, en ese tercer piso, y apreciaba, sobre todo,
la vista: un extenso campo verde que a esa hora de la mañana contrastaba con el
gris y blanco intenso del horizonte, que se antojaba inacabable. Apenas miró a
Nicolás de reojo.
- Pensé que era temporal – dijo Nicolás,
sentado en el sillón junto a la cama destendida.
Jota seguía absorto en el paisaje.
Tosió, luego fumó de nuevo. Abrió la ventana, soltó el humo. Se sentía bien el
viento salpicado por pequeñas gotas de lluvia suave en el rostro.
- Todo es temporal. O no, según el ánimo
con que uno se levante.
Nicolás se quedó mirándolo por un rato.
Podía estar a punto de lanzar alguno de sus monólogos interminables, aunque
cada vez hablaba menos. Jota le devolvió la mirada y sonrió con suavidad.
- Ya lleva cuánto, ¿tres años?
- Cuatro – respondió Jota.
Quizás por la certeza que le imprimía a
sus palabras, Nicolás recordó la energía de niño que tuvo siempre Jota en la
universidad. Su determinación en los partidos de fútbol. La vitalidad con que
bailaba durante las noches de salsa. La convicción de sus argumentos en las
clases o en las tardes de marihuana en el campus. Le pareció que de eso había
sido ya mucho tiempo.
- Habrán sido provechosos, me imagino –
dijo Nicolás.
Jota pareció de repente muy cansado,
como si la pregunta le hubiera soltado todo un océano encima. Le dio una última
fumada al cigarrillo y sin soltar el humo botó la colilla por la ventana.
‘Provechoso’, pensó Jota, indiferente.
- ¿Ha vuelto a escribir? – preguntó
Nicolás.
- No. Hace mucho no escribo nada.
Jota había abandonado la literatura a
los 28 años, casi dos antes de recluirse.
Todavía extrañaba a Lucía, su ex esposa,
quien había renunciado a visitarlo seis meses atrás. Jota sabía, muy adentro,
que el motivo de su ausencia era esa ‘rasquiña del alma’, como ella llamaba con
sarcasmo, que se había ido apoderando de él poco a poco y que para ella se
había vuelto insoportable. Ese algo que se había gestado desde mucho antes
(quizás desde esa infancia congelada en su memoria en un puñado de imágenes y
sensaciones más bien confusas), y que se manifestaba en cierta desidia vital, como
en el hecho de no querer tener hijos o en no emocionarse nunca demasiado con
nada. Porque nada importa, pensaba Jota. La constante sucesión de días y noches
podría dar la impresión de que algo más allá de los hombres ocurre, pero vistas
las cosas con crudeza, nada importa. Es más imprescindible una rosa cualquiera perdida
en un campo cualquiera que un pensamiento estúpido de cualquier hombre.
- Camine a dar una vuelta, Nico.
Salieron del edificio. Jota se dirigió,
con la mirada absorta en el piso, hacia el campo verde. Todavía lloviznaba.
Nicolás pensó en decirle que habría sido buena idea ponerse un saco, porque ese
viento tan frío que hacía en Zipaquirá podría enfermarlo, pero prefirió
guardarse el consejo.
Caminaron durante varios minutos, uno
junto al otro, en silencio. Jota le ofreció un cigarrillo a Nicolás y tomó otro
para sí. Los recuerdos de todo lo compartido en la universidad (los paseos a
aquella finca en Anapoima, las borracheras de dos y hasta tres días seguidos
con los amigos en común, las discusiones literarias impulsadas más por un
espíritu de competencia que por el simple gusto de discutir, los domingos de
fútbol en el estadio, la muerte de Julio) llegaban a Nicolás impregnados de
nostalgia, y le hacían sentir que Jota se había apagado. Este Jota que ahora
fumaba a su lado, que caminaba sin afán y de vez en cuando miraba absorto al
horizonte, le parecía otro: un fantasma, quizás un impostor (un hermano gemelo
no reconocido, un doble idéntico). Mientras caminaban, Nicolás pensó que para
comprobar la identidad de su amigo debía someterlo a un interrogatorio riguroso
en el que sólo pudiera responder el verdadero Jota. ¿Primer libro que intercambiamos? ¿Nombre del mujerón que nos besó a
ambos en tercer semestre? ¿Existió en realidad tal mujerón? ¿Qué opinión tiene
de García Márquez? Sí, sí, la respuesta con groserías, por favor. Pensó en
esto con una sonrisa. Ese tipo de juegos con Jota eran muy comunes en el
pasado. Pero en ese instante su amigo era un misterio que no podía descifrar
muy bien. Era como si algo se hubiera roto en él, o como si algo que estaba
roto antes hubiera empezado a restaurarse.
Después de varios minutos de caminar sin
rumbo por el prado, llegaron a unas bancas rodeadas de árboles. Se sentaron.
- Esto es a lo que yo llamaría ‘provechoso’,
Nico.
Estuvieron largo rato, sin hablar, cada
uno inmerso en su propio silencio. Nicolás tomó otro
cigarrillo, mientras miraba a Jota sin querer ser demasiado incisivo. La lluvia
se había intensificado junto con el viento. En su vientre la necesidad de
volver a casa, junto a Juliana y la bebé, empezó a sentirse incontrolable. Se
paró e hizo un ademán con la cabeza a Jota, invitando a seguirlo.
- Usted siempre ha sido raro, Jota. Ahora
más que nunca – sonrió. - Pero creo que por eso es que lo quiero.
- No se ponga con maricadas, Nico. No hace
falta. Igual gracias por la visita.
Llegaron a la puerta del hogar de
retiro. Ambos se miraron a los ojos. Se dieron un apretón de manos vehemente,
varonil, como siempre lo habían hecho. Y sin decirse adiós, Nicolás se fue caminando
hacia su carro, estacionado en una trocha llena de barro que hacía las veces de
parqueadero. No volteó a mirar, aunque sabía que Jota se había quedado fumando
en la puerta, observándolo alejarse. No sabía si Jota le despertaba pena o
total admiración por haberlo dejado todo, algo que él jamás lograría porque, siendo
honesto consigo mismo, era un cobarde muy cómodo en su cobardía. Encendió su
carro. El radio lanzó a medio volumen la música del CD de The Doors que venía
escuchando antes de llegar, y durante un segundo de introspección se preparó
para el viaje de dos horas que le esperaba rumbo a su casa.