Director: Jhonny Hendrix Hinestroza
Actores principales: Karen Hinestroza, Esteban Copete
Colombia, 2012
Lo
primero que se viene a la mente al concluir la poco más de hora y cuarto que
dura Chocó es un cliché ya desgastado
por el uso y el tiempo pero que no por serlo deja de ser una cruda realidad:
Colombia es uno y a la vez muchos países, un cúmulo de historias y ancestros y
paisajes y dolores que jamás terminaremos de conocer a profundidad, así tuviéramos
la impensable suerte de vivir por los siglos de los siglos. Esa es la conclusión inicial; la de vernos obligados a asumir con una
certeza gris que esa gran abstracción que es Colombia es una irrealidad que no
atraparemos nunca ni con los ojos del cuerpo ni con los del alma. Hay tantas
sombras, tantos fantasmas, tantas músicas a nuestro alrededor. Y quizás no logramos
abarcar todo eso por completo debido a una secreta defensa contra la locura,
pues de hacerlo alguna vez jamás regresaríamos de la ensoñación y del delirio. Macondo
nos atraparía para siempre.
Eso es lo primero que un espectador
tan distante como yo, bogotano a más no poder e ignorante de gran parte del
país, ve en la pantalla: un mundo fascinante, peligroso, pintoresco, que así,
de buenas a primeras, me cuesta sentir propio pero que sin duda me conmociona.
Imponentes atardeceres, rostros y
acentos que parecen de otro mundo cobran forma. Se llenan de matices y de
significado. El río, siempre el río, que da vida y la quita. La selva fértil. La
música de la marimba. Todo eso despierta una fuerza insospechada, una espiritualidad
oculta pero tan intensa que me lleva a reflexionar que quizás sin haber viajado
nunca durante mi vida a aquellos parajes lejanos yo ya los conocía. Porque
piense en ellos o no, los sienta cotidianamente o no, el mundo que retrata la
película quizá recorre mis venas desde antes de nacer.
Así pues, de entrada impactan las
imágenes y las músicas que se cuelan en el auditorio, la riqueza y profundidad
de las selvas y las gentes del Chocó, que en esta película no es solo un territorio
olvidado sino también una mujer cuya promesa a su hija cumpleañera servirá de
hilo conductor de la historia; una mujer que representa tanto la belleza y
dificultad de la tierra que la parió como el empuje y el tesón de llevar la
carga de su casa y de un marido inútil y vividor. La película en principio
pareciera contar la historia de una torta de cumpleaños. Pero bien mirada es,
en realidad, mucho más que eso: la historia de una mujer que hace todo lo que
está a su alcance para permitirles una sonrisa a sus hijos, aún a costa de sí
misma; de una mujer que sufre en silencio su mala fortuna, que en el fondo es una
más de las caras de la mala fortuna de esa tierra tan hermosa, solitaria y
abundante que es el Chocó.
A pesar de que en el imaginario popular
todavía impera con fuerza la idea de que el cine nacional es un cine de segunda
categoría, de narcos y violencias indiscriminadas, de historias banales,
chabacanas, mal contadas, (con notables excepciones, claro está) algo debe de estar
cambiando profundamente. Porque historias como esta (y como Los viajes del viento, La sociedad del
semáforo, Locos, por nombrar algunas), contadas desde la entraña misma de
nuestro abigarrado país, serían impensables hace algunos años. Y un cine en el
que resuenan voces tan disímiles y complejas, está, de seguro, pasando por una
época saludable.