lunes, 28 de julio de 2014

En una loma

Vivir días sin nombre, horas anónimas regidas por el aliento y el capricho de los aires y los insectos. Despojarse de ataduras, de esas cárceles inservibles que la ciudad envuelve sobre nosotros. Desaprender el lenguaje de todos los días y seres, darle nuestra sangre a las palabras, hacer de ellas un camino a nuestra alma y nuestros dioses. Descifrar lo que parece no tener clave, motivo, huella.

Todo es arbitrario y sin embargo esa arbitrariedad es también una diosa, emparentada con el caos y el misterio. El universo es arbitrario e indescifrable, pero es, está, lo soy a cada paso y lo vivo con cada palpitar y cada parpadeo. Es gracias a mi propia arbitrariedad y mi propia conciencia de ella que por un instante comprendo, realmente comprendo, que el milagro de respirar es arbitrario pero no azaroso.


Sumergirse en lo que "es" (nada tan esquivo e impreciso como el lenguaje, las palabras que ahora intento encaminar hacia adentro) me acerca a lo divino; el tiempo todo, 'imagen móvil de la eternidad', es el reflejo, a veces roto, a veces profundo, del universo; el fractal. Sincronía. Y no sé por que me pongo tan trascendental pero la evidencia es desbordante.


Mis palabras se las comerán los pájaros o los perros como lo que son, testimonios efímeros y quizás marchitos de algo que siempre se me escapa. No me puedo bañar ni vestir con palabras y sin embargo son mi instrumento. Oficio vano, como todo oficio humano, el de escribir. Mas oficio de cazador de atardeceres, de soles de matices eternos que se diluyen en el horizonte. Oficio vacío, y, sin embargo, hermoso.


22-jul-2014