domingo, 4 de marzo de 2012

Los Ejércitos - El descenso a los infiernos


Los Ejércitos
Evelio Rosero
Tusquets Editores, 2007


Los Ejércitos es un retrato crudo, fiel si se quiere, de la guerra de todos contra todos que se vive en Colombia, que aún padecen los sectores desamparados por el Estado que tienen que vérselas por sí mismos y que están a merced de los poderes del momento. La historia de siempre, la condena recurrente de estas tierras empapadas desde su origen en violencia, ambientada en un pueblo sometido a Erinnias desbocadas, sedientas de sangre y de venganza, renuentes a cualquier principio de justicia.
En la novela se encuentran ecos de esa historia de infortunios que es Colombia. Porque lo que tenía todo para ser un lugar idílico, bendecido por los dioses con abundancia y fertilidad, poco a poco se convierte en un infierno del que nadie saldrá incólume, ya sea porque la guerra dejará en su espíritu una huella de dolor marcada con fuego y sangre, ya porque morirá a manos de un verdugo impune. Junto a Ismael, el viejo profesor que parece encarnar el espíritu del pueblo, y de paso el de la patria, el lector va descendiendo al abismo, va despojándose de toda vitalidad, va sumiéndose en el más oscuro de los destinos sin poder hacer nada para evitarlo. Absolutamente nada.
Ismael pierde a Otilia, su esposa; pierde su memoria, sus amigos, sus goces terrenales; pierde su condición de hombre al transformarse paulatinamente en un salvaje que a duras penas balbuce; pierde a sus gatos, a su pueblo; pierde su cordura y su casa. Y en el proceso, su dignidad se va quebrando. Su alma se seca por dentro, se petrifica, se hace fardo insoportable. Al final de la historia ya no hay esperanza ni ganas de vivir, y lo único que Ismael desea es explotar a la par de una granada o recibir un tiro de gracia. La forma es lo de menos: lo que importa es que la muerte llegue misericordiosa a llevárselo pronto, que le sople los sufrimientos de la piel y lo hunda en un barranco en que la angustia no pueda perseguirlo más.
A veces es bueno incomodarse con el mundo. A veces es necesario sentir malestar en las tripas y despertar de la modorra en la que sin darnos cuenta permanecemos. Esta novela nos enfrenta a las cavernas del ser humano, nos muestra las honduras en las que cualquiera de nosotros podría caer en tiempos sin ley ni castigo. Con un estilo pulcro y estremecedor, casi escalofriante, Rosero nos susurra que en la otra esquina quizá no nos espera el paraíso.

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