lunes, 7 de abril de 2014

El abismo

En el abismo nos damos cuenta de qué estamos hechos porque estamos solos con nuestra penumbra y con las voces de nuestros fantasmas que retumban en el vacío. En la penumbra, todo sonido, incluso el palpitar de nuestro corazón, se amplifica de tal manera que nos devela algo, lo oculto, el misterio. Sin la soledad del abismo no podemos acercarnos a ello. Sin su silencio, sin sus tinieblas, jamás podremos escucharnos con atención, percibir los matices infinitos de nuestra propia voz, que contiene en sí los murmullos de las piedras, el bramar orgánico del mundo y de todos los dioses y sátiros de la Naturaleza. En nuestra voz, aún desprovista de articulación o palabra (es decir, en su estado primigenio) resuenan los ecos de la eternidad.

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