La
cosa empezó con un vacío que no se curaba con nada. Un plato de salchichas en
trocitos, una copa de vino blanco, un puñado de dulces multicolores. Intentó
con toda clase de comida, desde los pinchos a mil pesos del centro de la ciudad hasta el sushi preparado en vivo. Pero la infructuosidad de la tarea pronto se le hizo palpable: era imposible
sentirse lleno porque el vacío no era fisiológico. Ni toda la carne del mundo
podría cubrirlo. A la luz de la evidencia del fracaso gastronómico, empezó
entonces a buscar una solución distinta. Primero, la marihuana. Luego, el fútbol a toda hora, en televisión y en la cancha del barrio.
Por último, y hasta el día de hoy, cerveza en cantidades descomunales. Estas
alternativas generaron algún bienestar temporal. Uno que otro momento memorable.
Muchas noches de insomnio, eso sí, y monumentales guayabos. No mucho más. Ante
la desesperación de las vísceras incómodas y de las manos que no dejaban de temblar optó por una última opción. Al final el
vacío no se ha llenado, pero escribir le ha permitido al menos disfrutar de la comida.
jueves, 14 de noviembre de 2013
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